viernes, 21 de julio de 2006



Pimplines must die in the Deadly Desert.

"Vamos a quitarte esas horribles pesadillas que atormentan tu mente, y así, cuando despiertes, ya no te molestarán nunca más".

Dijo el Doctor Worly accionando la manivela. La lengua de la máquina se deslizaba de un lado a otro como la de un camaleón que acecha en silencio el muy cabrón.
Los ojos del monstruo metálico hacían girar las agujitas, que iban nivelando la descarga. No acostumbraba a escuchar el tipo de musica que procedía de esos auriculares... pues nunca he escuchado el purgatorio.

¿Preparada?

martes, 2 de mayo de 2006

Parte primera de un infierno decapitado.



Llegamos al castillo de Mombi con Tic-Toc, que estaba agotado de forcejear con aquél estúpido rodador, quien, más tarde, moriría arropado por las arenas del Desierto de la Muerte.

Me atrae ese lamento vibrante, de cuerdas sobre madera y viento. El canto paciente de la lira nos guía el camino hasta Mombi. Es medieval y mortuorio. Es terroríficamente alegre. Enervantemente tranquilo. Nos lleva. Se abren los portones de manera vertical, partiendo una forma de V.

Cientos de imágenes repetidas, con movimientos capicúos, nos vigilan atónitos. Son nuestras caras, las de vernos reflejados a través de cien paredes de espejo. La vista se me confunde en un mar de reflejos. Siento agobio y ganas de caer sobre mis rodillas... pero el quejido de la lira aún se oye, cada vez más fuerte. Y al fondo, ella: Con un atuendo digno de una reina del cosmos, con una capa metálica de puntiagudas lágrimas afiladas, como hojas de cuchilla que caen lánguidas, en un alarde de hipocresía, tratando de ocultar lo imposible, lo evidente. Mombi, no puedes engañarme. ¿Acaso no eres tú la malvada princesa que convirtió en piedra a los habitantes de la Cuidad Esmeralda? Si sólo eres una preciosa bailarina, con voz delicada que nos dice bostezando:

lunes, 10 de abril de 2006

Sigue el camino de baldosas amarillas...


... y llegarás a la Ciudad Esmeralda, totalmente destruida.
Todas las personas están convertidas en piedra.
Sólo escucharás el chirriar de los rodadores, pues no se desplazan mas que por ruedas, como si fueran patinadores malignos que quieren arrebatarte tu gallina. Se esconden. "Ven aquí, gallinaaaa!"

Edgar mi Vampiro, que se pone morado de dar alaridos...